Wednesday, June 22, 2005

un recuerdo repentino

Cuando uno reiteradamente se expone a una experiencia, esta va perdiendo sus mejores cualidades paulatinamente.
De niña atesoro sensaciones en la memoria.
El sabor del mate caliente en los inviernos del Labardèn, siempre con la cantidad de azucar ideal. Las bolitas del arbol de Paraìso que no habìa que comer ni meter en la boca. Subirme al SAMBA y al simulador del cohete espacial en el Ital Park. El frìo bajo los guantes y escribir con una pluma fuente sobre un cuaderno idèntico al que uso ahora (el texto original fuè escrito en el Parque Rodò de Montevideo sobre un autèntico cuaderno Rivadavia!).
Alejarte de la posibilidad de revivir una y otra vez las experiencias que te maravillan, te asombran o son de un disfrute especial, hace que al volverlas a sentir, tengan un efecto similar al que tuvieron la primera vez que ocurrieron.
En Buenos Aires y ahora en Montevideo, lloro a la màs mìnima provocaciòn. Un llantito intenso y momentàneo.
Si de repente llega un olor, lloro. Olor a asado, olor a leña, olor a gas, olor a rìo, olor de frìo, olor a papà. Lloro de emociòn, de olvido y de recuerdo repentino.
Una canciòn, un programa en la TV, una empanada de carne que sabe a peña y mujeres parecidas a mi madre.
Los gatos, que son distintos. Los perros, que son chistosos. Un niño y su madre juegan escoba de 15 en el Parque Rodò. Ella le enseña. Èl cuenta los oros.
Los juguetes perdidos. Los baratos, de producciòn nacional. Mis juguetes. Empolvados por el tiempo en alguna jugueterìa que no claudica en Caballito o en un negocio de antigüedades conocido. Mis juguetes.
El humor de la gente. Un humor que se aprende en la cotidianeidad. Y se archiva si no se practica. Ahì tambièn lloro. De risa, de olvido, de reencuentro.
Lloro adentro. Siempre serè un poco extranjera donde me encuentre.
Uno debe hacer poco las cosas que màs le gustan. Las que màs le conmueven. Para nunca perder la emociòn, el asombro.

Las fotos... pronto